jueves, 22 de enero de 2015

El precio del desprecio. La telenovela del arribismo nacional.

Aprovechando la efervescencia con la que se está desbordando esta semana el "incidente incidental" que por fuerzas misteriosas llevó la mano del Gober Manuel Velasco a la mejilla de uno de sus achichincles a la mitad de su réplica de informe de gobierno, me gustaría realizar el siguiente pliego petitorio:

Primero, insisto en que se instaure  una comisión de esclarecimiento de las evidencias gráficas del momento, algo así como la Comisión Mexicana de la Cachetada Candidatal (COMECACA), encabezada por especialistas de análisis con amplias credenciales en la interpretación oportunista de circunstancias poco claras. Propongo a Laura Bozzo como presidenta y a Jaime Maussan como secretario general. 

Segundo: Me parece ofensivo que, dado que se han cumplido todos y cada uno de los criterios meritorios del PRI,  una demostración tan perfecta y flagrante de estupidez en un evento público no haya sido inmediatamente recompensada con la abierta y franca entrega de la candidatura presidencial por parte de dicho partido a Velasco, independientemente de su actual puesto.

Tercero: Que el candidato....digo, el Gobernador de Chiapas se retracte de todas y cada una de las disculpas que ofreció a su querido colaborador, en un acto público a medio zócalo que culmine con la cachetada del siglo a manera de simbólico reacomodo de jerarquías, por que el pueblo Mexicano prefiere mil veces un tirano que un rajado.

Cuarto: Que el señor Luis Humberto aguante dicho refrendo de la cachetada del 9 de Diciembre con el mismo estoicismo agradecido, sonrisa admirada, contacto corporal frecuente con el Gobernador  y actitud de servilismo absoluto con la que soportó la disculpa ofrecida.

Quinto: Que los asesores de imagen de Velasco dejen atrás arcaicas políticas de cordialidad y aprovechen esta gran oportunidad para edificar un candidato de hierro que tampoco dudará en cachetear cualquier obstáculo que se atraviese entre él y la presidencia. Anclaremos la confianza en nuestros políticos aunque sea confiando ciegamente en su despotismo.

Pareciera que el pueblo mexicano es un largo escalafón jerárquico cuya absoluta democracia tiene sólo dos excepciones en los extremos: los perfectamente pobres y los inconcebiblemente ricos. Fuera de eso, cada ciudadano - no sólo Velasco, a quien todavía pueden cachetear Peña, Slim y salinas de Gortari, por ejemplo-,  goza la posibilidad de despreciar a todos los que se sitúen bajo su auto-veredicto socieconómico, y de diosificar a todos los que se ubiquen por encima. Nuestro desprecio se sirve de una larguísima lista de adjetivos que suele poner de relieve las características prehispánicas relacionadas con la clase baja, o su comparación -que aún no termino de explicarme- con un felino. Indio, prieto, frijol, naco, gato (y cómo olvidarnos del clásico instaurado por una de las princesas de Los Pinos: "prole") son palabritas de las que todos renegamos hasta que se nos para uno -según nosotros- enfrente. Podemos enarbolar la bandera de la diversidad y la fraternidad mientras tomamos café en un Starbucks de Polanco, y dudar al mismo tiempo si el valet parking logró estacionar bien nuestro auto por que se veía bien pinche autóctono. Del mismo modo, la envidia y el morbo con que miramos a los "pudientes" solamente son un reflejo de nuestra idolatría hacia su estilo de vida, independientemente de que este se deba al trabajo honrado, los fraudes políticos o el crimen organizado. Es por eso que un político puede permitirse todo tipo de barrabasadas antes, durante y después de su candidatura y pese a ello (comienzo a pensar que tal vez gracias a ello) ocupar cualquier puesto de gobierno. De la publicidad ni hablemos... en nuestro país aplica aquello de la cantidad y no lo de la calidad con respecto a lo que se diga del político, y Velasco es un foco de  que cada vez brilla más fuerte, aunque sea rojo.  Primero con el chispazo de su relación con Mexican-Barbie y ahora con su deslumbrante actitud hacia sus subalternos, el señorito está en boca de todos, y le importa un comino que lo critiquen o lo adulen, por que sabe que en el fondo, las críticas son votos.

Así las cosas... se quedan cantando los grillitos:


                                                                                               Cri...cri...cri.