Hay escritores
que tan sólo pronunciar su nombre evocan de inmediato el hálito de su obra.
Ahora diré una
obviedad: Rulfo será a Páramo lo que Márquez a Cien años… y lo que Kundera será
por los siglos de los siglos a La insoportable levedad del ser.
Quizá por ello
algunos contertulios del Café de Siempre casi me excomulgan cuando dije que la
verdadera gran novela del checo-francés no era La insoportable levedad… sino La
despedida, novelita corta publicada en el 75, y que pasó de noche, como el sueño de una noche de verano, anunciando
en el título su destino.
—Exageras —dice un contertulio—.
La despedida es una novela menor.
Es cierto,
exagero, pero es una exageración moderada, nacida de la sentencia de Gabriel
Zaid:
“Lo peor que le
puede ocurrir a un poema menor es que pretenda ser grande”
Este vicio –el de
la pretensión- lo padecen tantas novelitas sostenidas de una grandilocuencia
discursiva, de un gregarismo intelectual, de un derroche de carpintería tecnicista
que... en fin; La despedida no padece esos dolores; es efectivamente una novela menor, claro que sí, pero de ahí radica su potencia: es una auténtica novela menor. Jamás buscó la
grandeza, y no pretende, como otras novelas, matar chinches a cañonazos. Es una
grandiosa novela menor.
En la
contratapa de la edición Tusquets de lee: En un balneario algo trasnochado
convergen temporalmente ocho personas cuyas circunstancias se van entretejiendo
paulatinamente hasta formar, con la precisión de una telaraña, una trama en la
que todos, directa o indirectamente, acaban viéndose atrapados: el músico
célebre y la hermosa enfermera que quiere quedarse embarazada; la celosísima
esposa del músico y el joven mecánico enamorado de la enfermera; el ex
convicto, víctima de las purgas de su país, que va a despedirse de la muy cerebral
Olga; el ginecólogo, con sus fanfarrones proyectos demográficos; el rico
excéntrico, una versión de santo moderno. La despedida tiene la ligereza y la
magia de un vals, de un sueño de una noche
de verano.”
La despedida
tiene la magia de un vals, y su
aparente ligereza nos remite a un vodevil escrito con la perfección de un
miniaturista. Un tanto ajeno a su temática, Kundera no recurre –del todo- a la
estratagema político-filosófico-humanista, ni a las digresiones
psicológico-existenciales de sus otras novelas. Lo que hay son personajes en plena
efervescencia de la parodia de su vida. Inmersos en sus tragedias pedestres, que
no son otra cosa que una broma (la eterna broma husserliana del ser en el mundo) para ocultar un
profundo conocimiento de la condición humana, o lo que eso quiera decir.
—Pero los personajes están
terriblemente acartonados ¡Se les ven los hilos por todas partes!— Dice el
contertulio de café, y tiene razón; en La Despedida los personajes no exudan naturalidad,
incluso es posible imaginarlos actuando en el acartonado teatro de la página mientras
el resto fuma cigarrillos tras bambalinas –la mente del autor- esperando su
entrada. Esta evidente carencia de lo espontáneo es premeditada. Kundera sabe
que el lector asistirá a un vodevil macabro en cinco actos, con actores que
exagerarán su voz y sus muecas. Fingiendo una pésima actuación de la vida, se
burlan de la vida misma, para evidenciar su crueldad. Nuestro autor sabe que es
necesaria la burla, que la crueldad no se puede arrojar sobre la novela así de
golpe, como una bofetada. Recurre entonces al registro emociona de sus personajes
para ridiculizarlos: al volverlos ridículos, se redime y se camufla, atendiendo
a la sentencia de Wilde: si quieres decirle una verdad a la gente, debes
hacerlos reír, de otra manera te matarán.
Nos gusta
exagerar la vida porque es nuestra manera poco sutil de vengar su condición
efímera. Decir que La despedida es la mejor novela del checo-francés más
importante de Europa es evidentemente una exageración. A veces la vida es tan
poca que uno necesita exagerarla para que parezca real. Esta es, pues, mi
manera de imitar -¿renegar? ¿reprochar a?- la vida: decir, con exageramientos o
sin ellos, que La despedida es la mayor novela menor que se haya escrito en la
Europa del 75.