lunes, 29 de agosto de 2016

Lo que no transgrede, no se juzga.

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Juan Gabriel y su música son uno de los pilares que sostienen la identidad del mexicano contemporáneo. Su rampante homosexualidad no fue impedimento para que uno de los países más machistas del mundo le venerara como ícono nacional. Hoy que finalmente le llega la factura de una vida de excesos a modo e infarto, la generación de nuestras madres y abuelas entra en luto general y en cada esquina se alarga el eco de un "queridaaaaaaaa".  Como buena figura publica que era, su muerte se ha convertido en un circo mediático y los chismosos oficiales de la farándula trabajan horas extras transmitiendo su biografía ilustrada y en alguna sala de juntas de Telerisa hay, con toda seguridad, un equipo de expertos debatiendo la mejor forma de sacarle jugo al asunto. Hasta aquí todo muy normal. Lo que me sorprende es que algunas asociaciones LGBT se han unido a la ola de sentimentalismo en redes sociales y le hacen homenaje como a un mártir comprometido con la causa, cuando el nunca militó por los derechos de nadie. 

Contradictorio, creo yo, de parte de una comunidad que teóricamente lleva años pugnando no sólo por la igualdad y el respeto, si por investir a sus integrantes de una dignidad que se opone necesariamente al estereotipo del cual, tristemente, el finado resultaba claro ejemplo. La sociedad mexicana puede perdonar a un joto  a condición de que se convierta en un payaso amanerado que da un buen show, sin lugar a dudas. Pero !ay de los que prefieren mantener su orientación sexual en la intimidad de su casa y sus derechos civiles!,  En el artista,  las extravagancias propias del medio se disculpan y hasta se necesitan por que alimentan el morbo colectivo, y perpetúan la imagen encasillada que tenemos de ellos a partir de que no son seres humanos, si no productos de consumo.  Así, se explica uno que una señora, inconsolable y decepcionada por que el hijo o la hija le salieron gay, no sienta un mínimo de incongruencia moral mientras escucha por enenésima vez "amor eterno". 

Y es que el maricón es parte imprescindible de la fauna pública, al igual que lo son la modelo vulgar llena de bolas que una no sabe muy bien si son a causa de una cirujía plastica o una enfermedad grave, el cómico vulgar que impersona el espécimen genérico de clase baja al que llamamos naco,  la cuarentona opinóloga vulgar y restirada de talk show  y el reportero veterano que no es vulgar por que las mentiras del noticiario son cosa seria.  Etc, etc, etc.

Juan Gabriel deja un legado de canciones pegajosas y lentejuelas, lo cual no tiene nada malo, pero por favor, no le colguemos medallas de honor a partir de una inexistente aportación a la igualdad. Él estaba muy ocupado cantándole a la virgen.

Cri.. cri...cri 

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