viernes, 26 de agosto de 2016

Pruebas de Fe #1: Beviernes.

Friday written on desert road


Cada que la tierra rota siete veces sobre sí misma, un quirúrgico fenómeno metafísico sacude con emoción telúrica los hígados y las carteras de ese abstracto sector poblacional que tenemos a bien llamar "Godínez". Cómo si un arraigado gen llamado findestasa los movilizara inevitablemente hacia la búsqueda de bares económicos y horas felices. Mucho se ha dicho, escrito y satirizado sobre la inigualable perseverancia de los oficinistas en su eterno empeño por subsanar una semana que sienten emocionalmente vacía y desperdiciada con gregarismos igualmente vacíos y no menos desperdiciados, desde algunos puntos de vista. Pero en realidad, es un acto de fe supremo el que orilla al godínez a buscar un poco de sentido existencial en los modernos templos de la redención laboral. 

Todo godínez que se respete tiene una larga trayectoria de peregrinaje por los bares y karaokes que rodean la periferia de su centro de trabajo. Y en cada uno encuentra su pequeño milagro semanal o su absoluta penitencia económica. El acto de fe comienza usualmente con el tanteo de jueves; los compañeros se miran y se reconocen mutuamente como candidatos idóneos para la contertulia. Inician el ritual de aproximación y retirada que en una danza sutilísima coloca a los más capaces en la situación ideal de ser invitados y remolonear un poco. Aquellos menos favorecidos en la cadena trófica empresarial deberán acercarse con timidez y un aire de fingida indiferencia a preguntar a última hora "que qué se va a armar o qué",  con la firme esperanza de no ser relegados al peor de los ostracismos. Esperanza por demás arriesgada, pues son aquellos que por lo general cargan con el estigma carmesí del "malacopa". 


Como una moderna versión de la lancha de Noé, el grupo se integrará con uno  dos ejemplares de cada departamento y fijará la partida para las seis y cinco. Bien sabido es que la capacidad de movilización y organización de un grupo es inversamente proporcional al número de personas que lo integran, y una partida tradicional de seis o siete godínez con presurosos empeños alcohólicos ha de enfrentarse a los tristes rezagos que los miembros más débiles que no entregaron el reporte a tiempo provocan, no faltará el que, sosteniendo el teléfono con el hombro y solucionando un pendiente de última hora, haga señas desde su cubículo que en el dialecto interno significan "ya váyanse, allá los alcanzo" Algo así como un heróico "sálvense ustedes" . Con suerte, el grupo partirá con media hora de retraso y el tráfico de viernes de quincena les hará llegar malhumorados e irritados al puerto elegido. Pero la fe es grande cuando llega la primera ronda de cervezas. Y no importa que la música sea absolutamente horrible y estridente y que los precios estén más inflados que el abdomen del secretario de hacienda, la fe se sostiene aún cuando entra el malacopa por la puerta -que quién sabe con qué artes localizó el lugar de la reunión-,  la fe vence con su lanza flamígera (o flameada) incluso al demoníaco estertor de la división final de cuentas,  por que el godínez se ha remojado en su agua santa por espacio de un par de horas,  e, imbuido la fuerza letárgica de el licor,  evadirá con una agilidad envidiable a esa pecaminosa vocecita en su cabeza que le dice que en realidad no la está pasando bien. 

1 comentario:

  1. Excelente descripción, me recuerda a Freud en el libro " El Malestar de las culturas", en donde nos señala que la vida en sí es cruda y nos produce sufrimiento, entonces es cuando para aliviar y soportar el malestar que nos produce, usamos las poderosas distracciones (pedas entre otras cosas) y las sagradas sustancias embriagadoras (chupe) que obviamente anestesian la cruda realidad godinezca que miles de habitantes neuróticos poseemos.

    ResponderEliminar